13 de noviembre de 2016
Hace poco estuve en un maravilloso encuentro de clubes de lectura en Pamplona. Acudieron 460 personas y participé en una fascinante mesa redonda con cuatro mujeres científicas de primera categoría, investigadoras en diversos campos: Paloma Virseda y Begoña Hernández en tecnología y color de los alimentos, Sandra Hervás y Marta Alonso en dos tratamientos oncológicos pioneros. Las cuatro tiene hijos y todas ellas hablaron de la dificultad de compaginar el hecho de ser madres con un alto nivel profesional, y de cómo sentían que de algún modo fallaban tanto en su trabajo como ante sus niños. Pero fue Sandra Hervás, doctora en Biología e investigadora de la inmunoterapia del cáncer en el CIMA de la Universidad de Navarra, quien hizo la intervención más valiente y luminosa en este tema. Contó las dificultades añadidas que afrontó cuando fue a hacer una estancia posdoctoral en el Instituto Pasteur de París y tuvo que llevar con ella a su hijo pequeño. Y, con un sentido del humor sabio y liberador, dijo cosas como: “El primer día que dejé a mi hijo en la guardería me marché llorando, pero de alegría. Y eso te produce un sentimiento de culpabilidad tremendo”. Sigue leyendo